Papá ¿Somos Pobres?

por | Jul 15, 2010 | 4 Comentarios

Papá ¿Somos Pobres? es una pregunta que alguna vez me hizo mi hija. Es una historia de vida que comparto con mucho gusto.

Empiezo contándoles que mis padres siempre me inculcaron que una buena educación era muy importante, particularmente en un país como el nuestro en donde cada día hay menos oportunidades.

Por eso, cuando tuve a mi hija, con muchos esfuerzos la inscribí en una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad. La colegiatura, en aquél entonces, en maternal, representaba casi el 35% de mi ingreso mensual neto.

Todavía recuerdo cuando hice números, y me di cuenta que a pesar de que tendríamos un flujo de efectivo negativo algunos meses, esto se compensaría con los bonos trimestrales que en aquél tiempo pagaba la empresa (no contemplé la posibilidad de no ganar alguno de ellos). Esto lo comento para que todos ustedes, mis lectores, puedan dimensionar la clase de esfuerzo que mi esposa y yo pusimos para poderle ofrecer a nuestra hija mejores oportunidades en la vida (o al menos eso pensábamos).

La escuela en cuestión realmente tenía un gran nivel académico. Desde ese punto de vista, era perfecta. Pero había muchas situaciones que la hacían un grave error.

Para empezar, todas las fiestas infantiles eran en salones de lujo, o bien en jardines de casas enormes en el Pedregal, con meseros, juegos inflables y puestos de comida tipo “kermesse”. En las fiestas infantiles casi no había papás: la gran mayoría de los niños iban acompañados de su nana y escoltados por su chofer.

Las reuniones de los padres de familia eran de cooperación (de 200 a 300 pesos por persona, pero de los de hace 10 años), con catering de algún hotel reconocido. Y por lo menos dos veces por semestre, las mamás del grupo se iban a desayunar a restaurantes de moda, en donde los temas de conversación eran la inutilidad de los maridos, o la terrible renuncia de algún miembro de la servidumbre. Mi esposa y yo siempre buscábamos la forma de estar presentes, aún con los estragos que esto hacía en nuestro presupuesto.

Para aquellos que piensen que estoy exagerando, puedo asegurarles que no es así.

En una ocasión, mi hija quiso invitar a un amiguito a la casa, lo cual sucedió a principios de enero. El tema de conversación de camino de la escuela al automóvil, fue acerca de qué era lo que habían recibido de navidad. El niño de 4 años comentó que había recibido un Playstation 2 con 5 juegos diferentes, una televisión, un perro y un montón de ropa de ciertas marcas – mucho más que lo que había recibido mi hija.

Al llegar al coche, preguntó ¿qué  auto es este? Mi papá tiene un BMW y mi mamá tiene una camioneta Volvo, pero este no sé cuál es. Mi esposa manejaba, en aquél entonces, un Dart ‘82 (de esos que eran enormes, como lanchas, de 8 cilindros) que nos había prestado mi madre, herencia de mi abuelo. Un coche que tenía ya más de 10 años en ese momento.

En ese entonces vivíamos en un pequeño departamento de menos de 70 metros cuadrados, por lo cual mejor decidimos llevar a los niños de la escuela a un restaurante de hamburguesas con juegos infantiles, para que se divirtieran, y luego nosotros llevamos al niño a su casa.

Mi hija constantemente nos preguntaba por qué no tenía una nana que estuviera con ella, como sus demás compañeros. Le parecía extraño que su mamá estuviera con ella todo el tiempo.

En una ocasión mi hija de 4 años me hizo una pregunta que me partió el corazón, pero que me hizo reflexionar profundamente. Llegó llorando de la escuela, y exclamó:

Papá ¿Somos Pobres?

Le contesté: Hija, claro que no pero, ¿por qué dices eso? Con lágrimas en los ojos, respondió: en la escuela todos mis amigos se burlan de mí porque soy pobre.

Le traté de explicar que por el contrario: que no le faltaba nada: tenía casa, escuela, juguetes, todo lo que una niña como ella podría necesitar.  Le traté de explicar que no somos pobres sino que en realidad ella era más rica, porque además de tener todo eso, tenía muchas cosas que sus compañeros no: a su mamá con ella todo el tiempo, que le preparaba su comida y jugaba con ella; que tenía a sus dos padres juntos (muchos de sus compañeros ya tenían padres divorciados) y un ambiente de armonía en casa; y que éramos felices.

Ella no parecía entender. No tenía nana, no tenía chofer. No podía tener una fiesta como las de sus amigos, y su casa era muchísimo más modesta. No tenía lo que veía “normal” en sus compañeros.

Era claro que mi hija, a su muy corta edad, ya vivía una contradicción. Ella estaba en un ambiente que claramente enfatizaba valores distintos a los nuestros, y que la confundía seriamente.

Obviamente, al terminar el año escolar la inscribimos en una escuela diferente, también de gran calidad educativa pero con un tipo de gente distinta: con una escala de valores más cercana a la nuestra. Donde no sintiera que somos pobres, porque no tenemos todo lo que los otros tienen.

Desafortunadamente, esta es la forma como mucha gente vive su vida, y por lo tanto su relación con el dinero. Se dejan llevar por lo que hacen los demás. No tienen objetivos en la vida, o si los tienen, éstos se contraponen totalmente con sus verdaderos valores. Y por eso fracasan.

El dinero siempre debe ser un medio que nos ayuda a lograr lo que verdaderamente queremos en la vida. Las posesiones materiales deben ser también un medio que nos ayuden a vivir mejor, jamás peor. De lo contrario, aunque tengamos mucho, somos pobres. La mayoría de las personas no entienden esto: se endeudan para conseguir posesiones materiales (es decir, se crean un problema).

Un plan financiero se construye alrededor de nuestros valores: con metas y objetivos que estén verdaderamente alineados a ellos. Por ejemplo: tener un retiro cómodo, garantizar la educación de nuestros hijos, entre otras. Si la cultura forma parte de nuestros valores, un objetivo puede ser tener la oportunidad de viajar al extranjero cada cierto tiempo. Eso es lo que verdaderamente nos importa.

Obviamente tenemos que cuantificar esas metas en pesos y centavos: ¿cuánto nos cuestan, cuánto tenemos que juntar para lograrlas? y construir todo un plan de ahorro e inversión en torno a ellas. La planeación financiera personal nos ayuda a hacerlo.

Pero todo parte de nosotros mismos, de lo que lo que verdaderamente nos importa, y no del simple deseo de tener más que el otro. Es lo que nos permite decir «no somos pobres» y por el contrario, tener una vida rica.

¿Somos Pobres con lo que tenemos? ¿Qué piensas?

Escrito por Joan Lanzagorta

Joan Lanzagorta es columnista, conferencista y coach en Finanzas Personales. Su columna Patrimonio se ha publicado de manera ininterrumpida por más de 20 años en el periódico El Economista. Fue miembro del Consejo Editorial de la Revista Inversionista. Ha ofrecido pláticas en universidades como el CIDE y la Universidad Panamericana, así como en diversas empresas y asociaciones profesionales.

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Comentarios

4 Comentarios

4 Comentarios

  1. Rommel Tellez

    Interesante post. Ahora que ha pasado el tiempo ¿Nos podrías contar que ha pasado con tu hija y cómo ve las cosas? Me interesa mucho saber el seguimiento del caso. Saludos.

    Responder
    • Joan Lanzagorta

      Mi hija está en edad universitaria y ahora conoce el valor de las finanzas personales, está haciendo su presupuesto y desde ahora está ahorrando un poco de su dinero para su retiro.

      Responder
  2. Ricardo

    Me gusto la parte de «(…) Muchas personas no entienden esto: se endeudan para conseguir posesiones materiales (es decir, se crean un problema).» Es el problema de muchas familias al no medirse en pedir prestado sin considerar que se convertirá en una bola de nieve cada vez mas grande.

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